Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios o Algo Peor

Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios o Algo Peor

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He observado con los años que cada vez más mujeres de más de cuarenta años tienen que empezar de nuevo tras un divorcio traumático y un matrimonio más traumático todavía. Durante quince o más años sufren un gran desequilibrio de poder, chantajes emocionales, extorsiones y maltrato psicológico. Siempre “Al borde de algo peor” y pocas veces reconocido.

Durante épocas que pueden durar meses o años vivían sin ilusión, con estrés crónico, sin placer y, habitualmente, con cambios bruscos de humor, malinterpretados por los demás. Se sienten envejecer, consumidas por sus maridos e hijos, sin apoyo, solas.

Tal vez tienen una buena amiga que les dice que se divorcie, que aún es joven y puede rehacer su vida. Esta amiga que aguanta tiros y carretas y a la que nunca hacen caso a tiempo. Benditas.

Lo más extraordinario es que aman o han amado tremendamente a su esposo, como bien saben amar algunas mujeres: “dándolo todo por él”.

¿Y quién es él? Tal vez sientan hasta el tuétano que el mundo les debe algo. Tal vez porque sus padres fueran excesivamente negligentes, autoritarios o permisivos. El amor de sus esposas se parecía al de una madre protectora y piensan que así debe ser. Ellos en el fondo son dependientes, pero dominan la relación administrando el miedo y la culpa (de su pareja, claro). Atrás quedaron los inocentes años en que él “tenía un gran potencial” y sólo necesitaba una oportunidad. Atrás quedaron los hombres amables, con sentido del humor, inteligentes emocionalmente y empáticos. Quizá ella pensaba que no se los merecía. Quizá ellos lamentaron verla perdidamente enamorada de ese tipo "amargo" ya en la adolescencia. 

¿Y los hijos e hijas? Saben lo que es vivir entre la humillación, la infravaloración y la seducción por un amor paterno intermitente, impredecible o condicional. Posiblemente sus amorosas madres trataban de compensar esta situación con grandes sacrificios. Seguían dándolo todo, pues ellos y ellas “no tienen la culpa”… de tener como padre a un niño, en forma de adulto narcisista.

Ahora que ya no está en casa sigue presente entre frustración y dolor. Él se ha ido, pero continúan su pereza, el desagradecimiento, la exigencia y la apatía. Este es el legado de más de quince años de miserias emocionales, el ejemplo en el sistema familiar de un padre parásito y una madre desempoderada.

Quizá estas mujeres vengan a consulta por problemas con sus hijos. Adicciones a las drogas o a la tecnología, trastornos alimenticios, negativismo o maltrato a su madre, son algunos de los temas más comunes. La tiranía y la evasión son los únicos recursos que conocen para canalizar su dolor y frustración. Ellos y ellas también están en crisis.

El sistema familiar entero vive en la angustia (explícita o no). Necesitan reparar el dolor y las heridas, redescubrir los límites y la autoridad sanos, la alegría y la expresión del afecto, la responsabilidad individual y colectiva, el poder de cambiar y crecer, y la reciprocidad familiar (lo que te beneficia repercute en el bien de todo el sistema), así como algo que se perdió: La Fe en el Proceso de la Vida. Crear un estilo educativo sano y un apego seguro es el reto que deberán afrontar. Algo, que no se pudo hacer con él presente, es ahora el objetivo final.

La intervención se vuelve delicada y compleja en estos casos. Se deberá dar prioridad al sistema familiar en su conjunto, sobre todo si hay menores. Una familia de tres miembros en crisis, supone tres personas en crisis. Si destaca algún trastorno, se deberá tratar al miembro afectado paralelamente.

Suelen ser casos que requieren un trabajo multidisciplinar y en red entre la terapia familiar, terapia infantil, medicina familiar y psiquiatría, incluso el centro educativo o Servicios Sociales. La red del “gabinete de crisis” ayudará en conjunto a la creación de una red de apoyo permanente compuesta por familiares, amistades y las instituciones implicadas. Reivindico la figura del terapeuta familiar como el mejor coordinador en este tipo de casos, dada su mejor visión en conjunto de la problemática y el contacto más cercano con la familia.

Si hay colaboración y todo sale bien, la mujer acabará empoderada en su función de madre, capaz de retomar su vida, más sabia y fuerte. Sus hijos e hijas crecerán en un entorno seguro, con límites y afecto, pudiendo recoger el legado más sano de sus padres. Romperán el círculo vicioso intergeneracional que suele instaurarse y serán “personitas” libres. No será perfecto. Cometerán errores y aprenderán. Pero nadie amenazará con “algo peor”.

 

Autor: Javier Ferrando Esteve